8M. Y la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni lo que sabía

Hoy, casi a punto de llegar al 8M, escribo desde lo más profundo de mi cuerpo y mi alma. Porque hoy, hace casi 17 años, estaba a punto de hacer lo que, supuestamente, es el acto más poderoso del cuerpo de una mujer: parir. Yo tuve a mi primera hija un 8M y, aunque salí de aquel trance rota y totalmente vulnerable, a día de hoy he sido capaz de aprender y luchar porque el parto de las mujeres recupere su poder y su fuerza, y que se reconozca su valía en este mundo que va a la deriva y que, lamentablemente, en muchos casos, confunde el poder femenino con otras cosas. Las mujeres somos poderosas. Y damos miedo al patriarcado; de ahí su ímpetu en hacernos sentir minúsculas y despreciar nuestros poderes: la maternidad es uno de ellos. No una maternidad impuesta y sometida, no; la maternidad deseada, respetada y salvaje es una revolución intolerable que había que frenar. Y que aún sigue intentando ser frenada, suplantada, alquilada o desconectada de todo poder. Me he permitido la licencia de tomar la frase de «Las Tesis» de «un violador en tu camino» y adaptarla al entorno del parto, porque pretendo visibilizar una violencia sexual invisible: la Violencia Obstétrica. Ahora que tanto se aboga por la libertad sexual; ahora que pretenden hacer leyes para que solo sí sea sí, se sigue quedando en el olvido, en el silencio, la Violencia sexual que sufren cada día en este país, y en otro muchos, las mujeres cuando entran por la puerta de un hospital y van a traer nuevas vidas al mundo. Esta Violencia (reconocida por la ONU y la OMS, y que tiene legislación propia ya en algunos países) es, quizá, la más invisible de todas. Lo cuento en primera persona, para que nadie pueda darse por aludido y para que nadie pueda decirme que exagero que no sé de lo que hablo o que las cosas ya no son así. Y lo puedo contar como mujer, y como matrona, aunque aquel 8M de hace 17 años yo solo era una mujer primeriza, ilusionada, asustada. Llegué al hospital que quería para parir (el hospital donde yo trabajaba como enfermera de UCI) con la alegría de saber que ya quedaba poco para ver la cara de mi hija, de mi preciosa hija. Llegué demasiado pronto. No estaba aún de parto activo, Así que, como después aprendí que pasaba, me hicieron muchas más cosas de las que deberían haberse hecho: me hicieron una maniobra de Hamilton (sin avisar), me pusieron oxitocina, me rompieron la bolsa, se burlaron de mí por no saber «llevarlo» porque no había ido a la preparación al parto, me rasuraron, me pusieron un enema (y creí que moriría sola en aquel baño horrible, sola y sin poder levantarme del baño), me inmovilizaron en la cama con el monitor puesto; como vomitaba con cada contracción, me cargaban con la responsabilidad de no respirar bien y no llevarle oxígeno a mi hija (oía el monitor hacer deceleraciones, pero yo solo podía vomitar), me llevó todo aquello a la necesidad de hacer una cesárea porque mi hija estaba pasándolo francamente mal con tanta intervención, y terminé en el quirófano, temblando tanto que me tuvieron que atar las manos y el pecho para poder dejar de temblar, escuchando cómo, quien me abría la barriga, mientras yo pensaba que estaba sin anestesia e iba a morir de dolor, hablaba de la cocina nueva que le iban a poner y las vacaciones de Semana Santa que se avecinaban. Terminé allí, rota por dentro, sintiendo que no había sabido hacerlo, que no había dado la talla y que había puesto en peligro a mi hija por no haber ido a la preparación al parto (había ido a algunas sesiones, pero tuve un ingreso hospitalario por amenaza de parto prematuro y me perdí la mitad), por no haber sabido respirar mientras vomitaba, por no haber sabido dilatar del todo (llegué casi a los 10 cm, pero a costa del sufrimiento de mi hija, pensaba), por no haber sabido ir a tiempo al hospital, por no saber qué tenía que haber hecho para hacer «las cosas bien». Me sentí culpable durante años. En lugar de salir empoderada, eufórica y poderosa, salí desvalida, sintiéndome una mala madre, una mujer que «no valía», rajada y dolorida. Y me costó años entender y asimilar que la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni lo que sabía. Y me costó años entender que la responsabilidad de todo aquello estaba en los profesionales que me atendieron: en que no deberían haberme hecho determinadas cosas que aceleraron y precipitaron las complicaciones; en que, aun cuando hay complicaciones, las decisiones deberían haber sido mías si me hubieran informado y consultado; en que yo me sentí pequeña y estúpida porque me hicieron sentir así en uno de los momentos más intensos y vulnerables de mi vida. Que todo aquello no lo habría vivido de la misma forma si me hubiesen acompañado con amor y respeto, con un trato de igual a igual, sin la infantilización y, a veces, el desprecio, con el que se trata a las mujeres en los paritorios de muchos lugares. Por eso es necesario que el 8M también visibilice a las madres, a las mujeres que parimos y que tenemos derechos en el parto. Que el parto y la lactancia forman parte de la sexualidad femenina y también son susceptibles de ser respetados, como cualquier otro aspecto de nuestra sexualidad. Que las mujeres de parto siguen siendo mujeres adultas, cuyos derechos deben ser respetados. Que parir es el acto biológico más empoderante que hay, cuando se trata como se merece, o el más desempoderante, cuando se interviene sin necesidad o se interviene sin un acompañamiento adecuado. Me sorprende que se le dé valor a los cuidados, pero no se cuide el proceso vital más intenso que podemos vivir las mujeres; el parto. Por todo ello, hoy, casi a las puertas de un nuevo 8M, reivindico el poder del parto, la visibilización de las madres, pongo sobre la mesa que la Violencia Obstétrica existe y es muy dañina, que amamantar y parir son cosas que solo las mujeres podemos hacer y que por eso mismo son tan ninguneadas y maltratadas. Ser madre y amamantar son capacidades que tenemos como mujeres, y que somos libres de ejercerlas como personas. Por un 8M lleno de mujeres vivas, hermanas, empoderadas. Ni una menos también en los partos. Nos vemos mañana, en la calle.

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