La violencia contra las mujeres siempre ha existido. Y siempre ha sido negada. Las voces, cada vez más fuertes, de las mujeres, se alzan para gritar lo que muchos siguen negando: que existimos, que sentimos, que somos personas y tenemos los mismos derechos que los hombres.
Las voces, al principio aisladas, tímidas, de unas pocas, se fueron convirtiendo con los años en gritos de muchas, en canciones, en bailes, en manifestaciones, en pancartas… incluso en leyes (pocas aún, pero haberlas, haylas). Incluso ya se va reconociendo, poco a poco, como si fueran pequeñas concesiones, por algunas instituciones internacionales, que la violencia contra las mujeres va mucho más allá de las asesinadas, de las palizas y de las discriminaciones evidentes.
Esto, siempre, ha generado una repulsa violenta por parte de quienes no quieren ver esa violencia, o la ven de perfil, como si no fuera con ellos, o incluso peor: la niegan y lanzan discursos perversos de distorsión de la realidad para seguir en el mismo lugar pretendiendo decir que el cambio es una radicalización «exagerada» de unas locas. Sí, siempre ha ocurrido.
Pero antes no había la conexión que hay ahora. Las mujeres, ahora, nos apoyamos incluso sin salir de casa, porque las redes sociales nos han dado ese altavoz que tantas veces hemos buscado y no encontrábamos. Incluso algunas, desde nuestro rincón del planeta, desde nuestra profesión (desde la mía), vamos revolucionando el patio, todo lo que podemos, y más. Mi revolución, nuestra revolución, empieza amando. Amando nuestros cuerpos, reconociendo y recuperando nuestro poder. No hay nada más poderoso que una mujer pariendo.
No hay nada que implique más amor y entrega, más revolución, que amarse lo suficiente como para que nadie pueda interrumpir tu poder pariendo. La violencia obstétrica y ginecológica es más negada aún, si cabe, precisamente porque es una de las raíces de la violencia contra las mujeres. En ningún momento de la vida de una mujer se es más vulnerable y, a la vez, más poderosa, que cuando está gestando y pariendo. En ninguna otra especialidad médica se pueden producir los abusos de poder que se hacen en este terreno.
Las mujeres han sido despojadas de su amor por sí mismas durante milenios, castrando su centro de energía vital: su sexualidad. Al margen de hacernos sentir tremendamente infelices en nuestros cuerpos perfectos, pero lejanamente parecidos a la imagen «social» de la «mujer perfecta», la principal vía de sumisión ha sido siempre el control de la sexualidad femenina. No se toca, no se mira, eres sucia, las niñas buenas no tienen que tocarse ahí abajo, las mujeres buenas paren en silencio, no amamantes a tus criaturas que tienes que trabajar y se alimentan igual…
Todo eso esconde una orden de no amarse; porque, si te amas, todo eso ya no te afecta. Y eso no se puede consentir. Las mujeres son capaces de mucho, cuando se aman. Amarse es tocarse y sentir placer en una misma. Ser libre como Lilith. Amarse en quererse tanto que no permitas un mal gesto, una mala palabra, ni un abuso. Ser destructora de lo malo, como Kali.
Amarse es creerse fuerte, y dejar que el poder que hay en una misma salga cuando tenga que salir. Amarse es elegir lo que juzgas, que es mejor para ti, como persona adulta que eres, con derecho a equivocarte y derecho a rectificar. Amarse es amar con fiereza las criaturas que gestas, pares y amamantas. Ser diosa, como Thea. Amarse es criar a tus criaturas en el amor y el respeto, y que sean en el futuro personas que también aman y respetan. Amarse es ver tu belleza, tu imperfección perfecta. Cuando, desde la profesión que ejerzo, fomento el amor propio, desde la masturbación al parto, desde la libre elección y desde el respeto, estoy también luchando contra esa violencia negada e invisible. Cuando desde mi red social comento, público y reivindico el placer de las mujeres, también estoy luchando y gritando que la violencia existe, que es real, y que la sufrimos todas.
Cuando veo, oigo, leo a aquellos que siguen negando que existe esta violencia, reconozco que, en muchas ocasiones, me dan ganas de llorar y de dejarlo todo para perderme en un bosque y desaparecer. Pero, cuando me pasa eso, siempre aparece otra voz, otra mujer que comparte su historia, otra canción, otra mirada, que me recarga las pilas y vuelvo a la carga. No lucho para vencer a otros. Lucho para que las mujeres, incluida yo, nos amemos.
A nosotras, a nuestras hermanas, a nuestros hombres, a nuestros amigos. Amar es revolucionario en estos tiempos de odio desmedido. En estos tiempos de indiferencia. En estos tiempos de la prisa. Amar es no someterse. Sin sumisión, el patriarcado no puede sostenerse. No es cuestión de acabar con otros. Es cuestión de levantarnos nosotras. De querernos tanto que no toleremos ni un solo indicio de maltrato. De querernos tanto que no toleremos que nadie sea maltratada. En ningún lugar. De ninguna manera. Ámate tanto, que des miedo a quien no sabe amar. Esa es la revolución. Porque el futuro es feminista, o no será.
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