BRUJAS

En esta noche de brujas, de zombis, de calaveras, me sale hablar de las cosas bellas que hay a nuestro alrededor. De las buenas profesionales, de las que se dejan el pellejo en su trabajo, de esas que ni se ven ni se oyen, de las que hacen pequeños cambios con nocturnidad y alevosía, de esas que en muchos sitios viven escondidas por temor a ser “quemadas”.

Me encantan las brujas. Colecciono brujitas, de todos los tamaños y colores, desde hace años. Siempre me he sentido muy bruja, no por tener poderes sobrenaturales, sino por todo lo contrario. Me he sentido bruja por decir lo que pienso, por intentar cambiar mi entorno en la medida de lo posible; siempre he dicho que si yo hubiera nacido en el siglo XV no me escapo del fuego ni pegando saltos. En estos tiempos, no te queman literalmente, pero emocionalmente sales quemada (no es lo mismo, pero casi).

La Historia nos dice que muchas mujeres sabias se consideraban brujas; sin lugar a dudas, muchas comadronas fueron quemadas en épocas de oscuridad (y de media luz también). Muchas buenas profesionales debían ayudar a otras mujeres ocultas en las sombras, de forma clandestina. No han cambiado tanto los tiempos como parece.

Hay muchas matronas brujas (y ginecólogas, y enfermeras, y pediatras, pero permitidme el corporativismo hoy); muchas matronas que apenas sabemos de ellas (o no sabemos nada), pero que torean como pueden con el sistema. Muchas matronas que respetan, que escuchan, que sienten que las cosas se hacen por protocolo de pena y se lo saltan por todo lo alto en cuanto tienen la más mínima oportunidad. Muchas matronas que apagan la luz, que cantan con las mujeres, que las abrazan y las animan mientras estas tienen momentos de flaqueza, que no les ponen vía si no es estrictamente necesario, que preguntan y piden permiso para todo, que se presentan y son un bálsamo para el alma de la parturienta. Muchas matronas que engañan para dar tiempo, que te pasan el vaso con agua “de extranjis”, que se hacen las suecas si te ven comiendo una galleta, que miran para otro lado cuando entra tu madre un ratito, que dan el follón al anestesista o al gine para poder hacer piel con piel en el quirófano, que se meten en reanimación durante horas para no separar a una madre de su hij@, que se sientan al lado de la puérpera para escucharla llorar y echarle una manita con la teta hasta que se sienta segura, que salen a contarle a la familia cómo van las cosas, que explican con infinita paciencia una y otra vez lo importante que es dejar a los nuevos padres un ratito de intimidad, que se tiran al suelo para un parto, que desmontan el paritorio en un plis plas para que la mujer se sienta cómoda, que se pone en la puerta de la dilatación para que no entre nadie. Muchas que en los centros de salud animan a las mujeres a empoderarse, a conocerse y a tomar decisiones, que les cuentan la realidad (no para meter miedo, sino para envalentonarlas) y les acompañan durante todo su embarazo con amor y profesionalidad.

Esas brujas existen, y son muchas más de lo que parece. Esas silenciosas, sibilinas, que consiguen que muchas mujeres tengan partos de ensueño y no de pesadilla.

Esas matronas que hacen bien su trabajo. Esas que se merecen ser reconocidas, pero por las circunstancias, que son las que hay, no lo son. Sólo algunas son visibles, pero a un precio muy alto. Por eso siguen estando en la sombra. Porque la caza de brujas es hoy día un hecho, y no todas tienen el sostén emocional y profesional suficiente como para enfrentarse a todo y a todos cada día.

Por ello, mi homenaje hoy desde aquí, mis queridas brujas blancas. A las otras brujas, a las maléficas, hoy ni mentarlas.

Mujer, cuando encuentres una bruja de estas en tu camino, hazlo saber; reconóceselo, a ser posible por escrito, porque no hay nada más motivador para el cambio que reconocer públicamente quién te trata bien y con profesionalidad. Eso ya deja dicho quién no lo hace y te ahorras envenenarte.

Que esta noche de brujas sea para que sigan siendo cada vez más brujas.

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