Esta mañana he estado revisando las fotos de mi residencia. Me parece increíble cómo ha cambiado mi vida, mi trabajo y mi alma en tan poco tiempo. Se me ponen los pelos de punta cuando veo algunas fotos (la que he puesto es de las más suaves) de cuando yo empecé a matronear. Veo ahora aquellas fotos, que me parecían entonces el colmo del parto respetado, y me doy cuenta de lo difícil que es salirse del tiesto y empezar a hacer las cosas de otra manera.
A mí me enseñaron, como a la mayoría de las matronas de este país, que las mujeres parían tumbadas, con las piernas abiertas y atadas, con oxitocina y epidural (salvo alguna que no llegaba a tiempo), obedeciendo órdenes de los que estábamos allí, que para eso somos los que sabemos de partos. A mí me enseñaron a dirigir el parto, a tener claro quién manda en el paritorio, y cómo no “descontrolarse”. Me enseñaron a decirle a las mujeres cuándo y cómo pujar: aguantando el aire, levantando la cabeza, con el culo abajo y tirando de las perneras. Sí, yo aprendí eso y más. Y después lo desaprendí.
Voy a hacer un ejercicio de comparación entre las fotografías. Busquemos las 7 diferencias.
1. La protagonista no soy yo. En ambas fotos salgo yo, pero en la de 2006 soy la protagonista de la foto, la que hace, la que tiene el poder; sin embargo, en la de 2013, estoy por debajo de la mujer, esperando, escuchando, sintiendo que el poder es suyo. Tan solo estar atenta a sus necesidades y alerta para que nada se salga de la normalidad. Esta es una de las primeras cosas que hay que desaprender: la soberbia. No somos las protagonistas del parto: son las mujeres y sus bebés. Las comadronas somos secundarias, y cuanto más desapercibidas pasamos, mejor está fluyendo el parto. No dirijo, sugiero; no controlo, vigilo; no hago, acompaño.
2. El ambiente. El parto no es un acto quirúrgico, es un proceso fisiológico. Para un parto normal no es preciso un quirófano, ni ropa estéril, ni nada. Ni siquiera hace falta un hospital, si todo es normal. Cuando yo empecé, parecía que las mujeres se morirían si no hubiese hospitales. Después comprendí que las mujeres paren porque son mujeres, y que los hospitales salvan muchas vidas, pero también fastidian otras. No podemos tratar a todas las mujeres como si fueran enfermas, si no lo son. Y se puede parir fuera de un hospital, si así lo desea la mujer y tiene todos los requisitos de normalidad para poder hacerlo.
3. La luz. He puesto a propósito una foto de un hospital donde casi no hay luz (la iluminación es del flash) y una foto de una casa donde entra el sol a raudales. Si bien es cierto que la mayoría de las mujeres prefieren tener poca luz en el parto, hay otras que quieren que el sol las bañe. Y esa es la diferencia fundamental de las dos fotos: en la de 2006, YO apagué la luz; en la de 2013, ELLA subió las persianas. Nunca creas que lo sabes todo de los partos; las mujeres siempre sorprenden.
4. La piel. En la primera foto casi no hay piel, al menos de la madre. Hay paños que impiden el contacto piel con piel entre la madre y su criatura. Ya era, por entonces, un reto poner encima al bebé y que su madre lo sujetara. Más tarde, aprendí a “que se cayera” el paño de la tripa de la madre, por accidente claro, y dejar a los bebés sobre la piel de su hábitat natural. Y con el tiempo, comprendí que era muy importante para el bebé ser recibido por los brazos y la piel de su madre, que las mujeres que paren libres se desnudan para recibir a sus criaturas, y lo hacen sin que nadie se lo diga. Una mujer poco antes de parir suda copiosamente (cuando te suda el bigotillo, es que queda bien poquillo), se desinhiben, se quitan la ropa y esperan abiertas y entregadas a que su bebé salga de sus entrañas y llegue a su pecho.
5. Sacar o recibir. Es indudable que, en litotomía, el bebé necesita ayuda para salir. Y ahí estoy yo: orgullosa (a qué negarlo) de sacar a ese bebé al mundo, de ser la primera que lo toca y lo entrega a la madre. ¡Qué ilusa! Más tarde, me maravillé de la sabiduría de los bebés, que saben nacer solos, sin ayuda, y giran y se contorsionan hasta que el mundo los recibe. Muchas veces tengo el honor de posar las manos y recibirlos; otras veces, ese privilegio lo ejerce quien tiene derecho (su madre o su padre) y yo solo estoy ahí, para echar una manita si es preciso. Mi des-aprendizaje me llevó a colocarme en otros lugares, a escuchar y sentir antes que ver y tocar; me colocó en posiciones inverosímiles y me obligó a ponerme en forma (mi primer parto en cuclillas fue precioso, pero casi me muero después para poder levantarme). Aprendí a cuidarme yo sin descuidar a la mujer; ella elige, y yo me adapto.
6. Anfitriona o invitada: Elegida o impuesta. Aunque no se ve en la foto, es fácil deducir que la mujer de 2006 no me eligió, ni yo a ella. Yo estaba de guardia y le tocó la residente rara. Podía haber salido mal o bien, pues no fue algo meditado, trabajado o deseado. Tardamos un tiempo en conocernos levemente. No sé si esa mujer recordará mi nombre; yo no recuerdo el suyo. Pero la de la segunda foto sí me eligió, y yo a ella. Nos conocimos, nos encontramos y nos trabajamos muchas cosas juntas; el día del parto, ya hacía tiempo que habíamos conectado. Yo era su invitada. Esa mujer recuerda mi nombre, y yo el suyo, el de sus hijos, el de su pareja.
7. La oxitocina. No se ve, ni se toca, pero se siente. En la foto de 2006 yo estoy feliz; en la de 2013, vuelo. Cuando yo salía del hospital, podía salir mejor o peor, más o menos contenta, pero nunca salí con un subidón ni parecido a cuando salgo de acompañar un parto y nacimiento desde el respeto más absoluto. Nada. Solo en algunas ocasiones, cuando he coincidido con mujeres en paritorio a las que ya conocía de antes o con algunas de esas que sin haberte visto nunca sientes que la conoces de toda la vida, he sentido ese subidón de oxitocina y adrenalina. Y no es porque el parto sea en casa o en el hospital, sino por el proceso entero. No es lo mismo asistir partos que acompañar nacimientos; acompañar a la mujer y su familia en su camino a la maternidad; entender sus miedos, conocer sus temores, intimar con ella. Vincularse. Eso es lo mejor de todo. Tiene su cara B; cuando el parto no es como se esperaba, también sufro con ellas, y me duele un traslado, me tiembla el alma si algo no va bien o termina en un parto agresivo. Pero no se puede sentir solo para bien. De la misma forma que yo no soy la causa de sus triunfos, tampoco lo soy de sus fracasos. Estoy ahí, a su lado, para lo que haga falta. Soy su comadrona. Y cuando sale todo bien, me ven guapa y hermosa como nadie. ¿Quién no se engancha a esto?
Así desaprendí yo. Y así puede hacerlo cualquiera, Solo hay que querer (y formarse, trabajar las emociones, hacer mucho autoconocimiento, crecimiento personal, etc.…) y lanzarse. Se empieza por pequeños cambios, como apagar las luces o preguntar cómo te sientes, y se termina por darse cuenta de que la naturaleza es sabia, las mujeres saben parir, y nosotras podemos cambiar.
Lee, cuestiona, y pregúntate qué harías si no tuvieras nada más que tus manos y el sentido común para acompañar a esa mujer y ese bebé. Seguro que la respuesta viene sola. Como los bebés. Confía…
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