Érase una vez, en una tierra muy lejana, vivía una niña triste. No sabía por qué, pero siempre se recordaba triste. Jugaba, corría y hacía todo lo que hacen las niñas de su edad. Pero triste. Era un misterio.
Nunca nadie conseguía borrar la tristeza de sus ojos grandes. Y ella no se preocupaba por ello; simplemente, era una niña triste.
Cuando a algún niño o niña de su calle le pasaba algo triste y no podía llorar, ella sólo miraba, escuchaba y comprendía. Era como si absorbiera la tristeza de los demás y se la guardase en sus ojos profundos. El otro, o la otra, inmediatamente se sentía mejor, porque su tristeza se había esfumado como por arte de magia. Y ya no se preocupaba más por sus problemas tristes.
Durante mucho tiempo, la niña triste podía jugar y correr y entretenerse como sus amigos y amigas, pero cada día era más y más tristeza la que acumulaba, porque cada día había más y más problemas tristes, más niños y niñas entristecidos, y la niña triste cada día tenía más y más tristeza para absorber. Príncipes y princesas, campesinos y campesinas, pastores y pastoras, cualquier niño o niña de aquella tierra lejana, buscaba a la niña triste, le contaba lo que le preocupaba, y regresaba a su vida.
Sin embargo, la niña triste nunca lloraba.
Hasta hoy.
Hoy, la niña triste está sola en el bosque, sentada bajo un enorme árbol viejo y casi seco. Una lágrima cae silenciosa por su mejilla, como un estanque que se está rebosando. Al caer al suelo, la lágrima se transforma en luces de colores y aparece un hada. El hada sonríe y pregunta:
— ¿Por qué lloras niña triste?
— Porque no puedo ayudar a un bebé.
— Has ayudado a muchos niños y niñas antes, ¿por qué este bebé ha tocado tu corazón?
— Porque los niños y las niñas que juegan conmigo me dan su tristeza. La comparten y se va. Hoy he visto un bebé triste, muy triste, y no podía contarme lo que le pasaba para poder aliviar su dolor. Es lo más triste que he visto nunca.
— ¿Y cómo sabías que estaba triste?
— Porque la tristeza se siente. Le toqué la carita y fue como si no tuviera vida dentro.
— ¿Sabes qué le pasaba?
— Sí. Su mamá se fue.
— ¿Murió?
— No, se fue. No lo abraza, no lo besa. Es como si no tuviera mamá teniéndola. ¿Hay algo más triste?
— No sé. Tú has visto mucha tristeza. Eres la niña triste.
— Sé que no hay nada más triste. Porque mi tristeza nació así.
— Vaya. Sí que debes sentirte triste.
— Sí. Pero ya me acostumbré. Pero hoy, al ver que podría haber otro niño triste como yo, me pregunté si podría hacer algo. El bebé no me puede hablar.
— Sí que puede.
— ¿Cómo?
— Escuchando con el corazón.
— Pero lo tengo lleno de tristeza.
En ese momento, el hada le enseñó a la niña triste un corazón pequeñito que tenía en su mano. Era de color gris y apenas latía. La niña triste reconoció su corazón.
— Lleva tu corazón al lago – le dijo el hada – y lávalo bien. Déjalo después un ratito al sol y espera a ver qué pasa.
Tras esto, el hada desapareció. La niña triste llevaba su corazón en las manos como un tesoro. Se acercó al lago y sumergió su pequeño tesoro en el agua. Lo frotó con fuerza, sin ser brusca, y lo sacó al sol. Seguía gris. Se sentó en la hierba con su corazón en la mano y esperó.
Un rato después, no sé si un rato largo o corto, apareció una niña del pueblo. Vio a la niña triste, se acercó y, sin decir una palabra, sacó de su bolsillo una pluma roja. Con ella frotó el corazón gris, que se volvió rojo, por un lado. Era un rojo alegre, apasionado. Aquella niña había compartido su tristeza muchas veces con la niña triste; hoy compartió su pasión por la vida.
Más tarde, apareció un niño que también había volcado su tristeza más de una vez con la niña triste. Con un pincel, pintó un trocito del corazón gris con color verde. Esperanzado, le sonrió.
Y más y más niños fueron llegando; le dieron color amarillo, naranja, violeta, azul… Y le llenaron de alegría, ilusión, ternura… Solo quedó un pequeño trocito de color gris.
La niña triste miró su nuevo corazón y le pareció bonito, aun con el trocito gris.
Y, por primera vez, sus ojos sonrieron y su boca se curvó en sentido contrario.
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