La poca luz no permite ver bien su piel, pero se nota que se eriza cada cierto tiempo. Se respira sensualidad.
La mujer gime desinhibida y se mueve acompañando a su cuerpo en este viaje hacia la cumbre del placer. La oxitocina y las endorfinas corren sin control por su torrente sanguíneo, poniendo sus mejillas rojas, impregnando su piel de un olor particular, embebido en feromonas, impulsando su pelvis y su cuerpo hacia el encuentro con el otro, en un particular baile sexual de apertura.
A su alrededor todo se desdibuja. De hecho, más tarde no recordará prácticamente nada de este momento. Como una nube en la conciencia.
Se retuerce, grita y se deja llevar por las sensaciones.
Por momentos, parece que no se va a poder aguantar más. Siente de repente cómo se acelera su pulso, cómo laten sus sienes, como el mundo ha perdido totalmente el sentido y la razón, cómo todo es su vulva y su percepción de ella. Siente que el universo gira como loco. La cara se contrae, los dedos de los pies se estiran y se encogen; su abdomen convulsiona y su pelvis es un puro espasmo. De su garganta sale un grito gutural, que nace de lo más profundo de su ser. El útero es un mar bravo con oleaje. La vulva es una espiral de movimiento. Cierra los puños mientras un subidón de adrenalina, endorfinas, oxitocina y otras hormonas culmina la orquesta.
¿Polvo o parto?
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